quinta-feira, 4 de setembro de 2008

Tribus urbanas

Ente las pequeñas luchas cotidianas está la de la territorialidad. Es un instinto de los más humano que se puede estudiar antropológicamente y que estoy segura se manifiesta de forma extraordinaria en el socialismo urbano.

Lucha por ser la persona que abre la puerta de la entrada del metro tras dejarte en el intento las rodillas quebradas en las escalerillas. Ser la persona que compra el abono transportes mensual con rapidez, de forma que la de detrás no empiece a impacientarse si no nos entra la tarjeta Electrón a la primera, o el menú de la máquina dispensadora nos envía al principio una y otra vez de manera diabólica: "Operación no disponible", qué coño.

En el vagón de metro empujar conveniente y conscientemente al que quiere salir antes de que tú entres para cazar el asiento que acaba de dejar vacante. Nos ponemos en guardia si tenemos prisa o nos levantamos con sueño bisiesto añorado o de mal humor.

Pillar el semáforo en línea trasversal y hacer mobbing a los coches antes de que te lo hagan ellos a ti. Necesito oxígeno, pero me desaliente la cantidad de CO2 de los coches que pululan y rugen el ralentí de vuelta de las vacaciones. Llegar a la oficina antes que tu jefe. No coincidir con nadie en el ascensor, pero al llegar me meto en él junto con cuatro rubias de bote que no quieren especialmente hacerle espacio a mi mochila y se miran unas a otras como si hubieran visto un extraterrestre. Como estoy en el otro extremo pido que le den a mi planta, y les cuesta. Salen del ascensor en la cuarta con insípidos hasta luegos. A su estatus no le merece la pena la obligación de su memoria temporal a percibirte.

Digo hola a la gente que limpia por las mañanas y que se han levantado antes que nadie. Me saludan de vuelta jovialmente; será que su estatus no se resiente. A veces se observa la vista cansada que ostentan por el madrugón, la tralla y la manera en que la gente de la empresa les ignora e incluso llega a humillarles. He visto como el guarda de seguridad les ha pedido con vozarrón que se echaran a un lado para permitir que saliera la gente "de la empresa" con su tarjeta de seguridad mientras ellos y ellas se acumulaban felices por terminar la jornada, abandonar la soledad por unos instantes y reunirse en masa para salir. Yo sigo pidiendo la tarjeta al guarda cada vez que vengo.

Siento el ácido láctico en el entrecejo, los brazos, las piernas, la zona lumbar, hasta en el contorno de ojos. Está claro mi nivel de acumulación de tensión durante la semana.

Estoy agotada y sufro de una tremenda tensión muscular. Debo calmar mi mal humor que me produce esta oficina y la territorialidad que exhibe la gente hacia los externos: es MI celo, MI grapadora, etc, y aprender a relajarme un poco. Me he asido a un cargamento de valeriana, espino albar, sauce, y voy a investigar qué productos naturales ayudan al relajamiento muscular. Es como si sufriera de una contractura generalizada.

Para colmo de duele la garganta. Pero creo que si me hubiera quedado en la cama me hubiera cansado aún más.

Básicamente no he dormido suficiente, me he tensado de 9 a 2 en la parte cabrona de la jornada laboral, y he desbarrado a partir de ese momento con la libertad tras esa hora, riéndome con el compi y siendo creativa, viendo a amig@s. Evidentemente, tengo que hacer algo sobre el turno de día. Valerianas al canto y ser más conciliadora con la gente de la mañana, aunque no sea de su tribu.

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