terça-feira, 23 de setembro de 2008

Pantallas a 75 hercios

Partimos de la base de que en una de éstas no lo contamos. Miras preciadas, recuperaciones planas, frentes sistemáticos, elucubraciones varias, banalidades diversas.

Estoy tan cansada que no tengo fuerza para respirar. Noto el cansancio en la base del estómago, una especie de naúsea que flota en un mar de aceite industrial mientras se retuerce. Es una de estas veces cuando pierdo la esperanza durante una micra de segundo de que pueda algún día levantar estos párpados que se me cierran bajo el peso de un telón de acero. Me fuerzo a respirar y a sentir, a comunicarme con los individuos que tengo a mi alrededor. Hoy, después de un día pusilánime donde sólo prima el silencio y las impresoras averiándose, nadie tiene ganas de prosperar y las gente se siente pasada por agua.

No encuentro ninguna simpatía de nadie. Cierro los ojos en el ascensor leno de gente y aprieto los cascos a mis oídos para seguir escuchando la banda sonora del corto para recuperarme durante unos mínimos segundos antes de dar un empujón a mi cuerpo y lanzarme al suelo de la planta de mi oficina tambaleándome y a medio gas. El universo no responde. La botella de agua me da náuseas, el arroz chino que me he comido me da náuseas, el aire enrarecido del cuchitril de sistemas de esta empresa me da náuseas ... Me gustaría estar en lo alto de una región rocosa tumbada para poder dormirme con un alma a mi vera que velase por mi descanso.

Me quedan exactamente cuarenta minutos para largarme de aquí y volver a casa a atender mis ordenadores destripados a ver si regurgitan la nueva copia del dvd de una puta vez. He sido bastante temeraria metiendo mis brazos, mis manos y mis codos en sus entrañas intentando optimizarlos por activa y por pasiva. Pero aunque hubiera metido la cabeza y me hubiera sacrificado como un becerro de oro tras electrocutarme nada hubiera cambiado. La rebeldía se ha colado en el ambiente y la pasividad también y afecta a humanos y cyborgs.

Pero he decir que aunque los PCs están caprichosos se están portando mejor que las personas. Todo el mundo actúa en diferido, con cara de pocos amigos, a su entera indisposición. ¿O soy yo que lo siente porque al rescindir mi energía vital esperaba recuperarla con feedback humano? Como siempre en este edificio de siete plantas he sido yo la primera que se ha puesto enferma con la gripe o lo que quiera que sea que ronda por ahí. Ahora estoy supliendo a un compañero indispuesto, y la gente está cayendo como protozoos en una charca inmunda.

Me quiero pirar, terminar el dvd, marcharme a entregarlo y meterme en la cama sin objetivo, con dos o tres vasos de agua en el estómago hidratándome el sueño y sin lavar los platos. Aunque probablemente cuando me arrastre hacia mi casa me active y empiece a robarle tiempo al sueño desde ese preciso instante.

Tras estos párrafos queda media hora. Debería movilizarme, bajar las seis plantas que quedan y tomar el aire, pero eso es imposible en O'Donnell. Respirar en la calle O'Donnell: imposible.

Hoy se ha puesto gruñona mucha gente que ha llamado a soporte, total, porque les he tenido que decir que no vamos a solucionar su problema en una décima de segundo, sino que tienen que entrar en un portal de soporte y registrar su incidencia. Me querían mandar a la puta mierda como si fuera un jodido menú telefónico.

Ha habido un momento en que he mandado a una tía al puto infierno y a medida que me soltaba borderías la he respondido con una familiaridad despiadada: "No sé" o "así son las cosas" o "déjalo" y al final "(¡Joder, tía, deja de cascar!) ¿No te he dicho que ya iba (¡coño!)?". Antes de bajar, ya estaba tomándome el tiempo prudencial para ponerla un poco nerviosa, me ha vuelto a llamar desesperada como si no me hubiera contado nada antes, tal vez esperando que le cogiera otra persona. Cuando he bajado me he encontrado a una mujer atractiva con una mirada esperanzada y con la soberbia convertida en vergüenza. Yo también he sentido el haber estado a punto de mandarla a la mierda, aunque en el fondo creo que estaba vacilándola.

Se ha sentado muy cerca de mí, casi rozándome, y se ha mostrado muy interesada en lo que yo hacía. Me he dedicado a lanzar pantallas y menús a golpe de teclado mientras mis dedos se movían veloces con el piloto automático. No iba de chula por la vida, simplemente expresaba con mi actitud el agotamiento que me vacía la musculatura de las piernas desde hace una semana y media. Cuando le he dicho que su ordenador tenía un virus me ha preguntado que cómo lo íbamos a arreglar. Le he respondido que con mala leche y ella ha dicho que hoy disponía de mucha. Yo la he mirado asintiendo (que yo también la había tenido y lo sentía). Las mujeres y su increíble atractivo hablando de forma indirecta.

Después de eso nos hemos llevado bien, aunque las dos estábamos cortadas por haber estado a punto de habernos mandado a la mierda mutuamente, aunque en el fondo, nos estábamos vacilando. Luego me la he encontrado en el ascensor y andaba feliz diciéndole a todo mundo que tenía un virus y haciéndoles partícipe de la suerte que tenía porque yo se lo iba a machacar.

Estoy harta de hablar con la gente con la mediación de un ratón, una impresora, un virus, unos altavoces, un teclado o un programa que se desvencija. Yo no puedo decidir a voluntad el colgarme o dar un fallo de memoria, o desconectarme. Después de dos meses aquí entrando de sopetón en todas las plantas y preguntando por mujeres que tienen problemas con ordenadores la población femenina de esta empresa me conoce y me está empezando a saludar. Por supuesto esto de los saludos se multiplica a una velocidad exponencial. Todas estas tías con su power dressing y su pelo liso y plisado, estas jovencitas morenazas y de vibrante mirada inteligente y las cuarentonas con experiencia en esta vida están orgullosas de tener a una informática que lleva tirantes, pantalones negros con manos en los bolsillos, zapatillas destrozadas y camisetas de las que regalan. Supongo que mi esencia bollo friki les provoca inconscientemente a coquetear un poco conmigo.

De vez en cuando en mi departamento me presentan a los tíos que son los jefes súper VIP de aquí o de allí o de acullá. Me importan un bledo, los ratones de ordenador son bastante democráticos a la hora de escoger la persona y el momento en el que jugar con tu paciencia.

La planta de esta cuadrícula sin luz que llaman oficina se ha secado.

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