domingo, 24 de maio de 2009


En tu corazón ha colisionado un periódico y destructivo aullido que desvela la trasmutación del amor en destino.

Parábola de la bondad, la bondad del amor, el amor como pasaje. El amar es bello, te hace cuestionarte tu invencibilidad, abrirte a otras experiencias, afinar el oído de los sentimientos.

Lo que tengo dentro es un vergel de arroyuelos infalibles, juguetones, seriales, desordenados. Mi corazón es una bola de sangre incandescente. Este dolor es un moratón extendido en la consciencia. Sólo espero que el sueño de mil noches me separe de ti, de esta ansia de recorrerte, de acompañarte, de departir mis sentimientos en tu compañía.

Contigo siento el éxtasis, mi cuerpo se enciende como un lucero e ilumina la niebla cual luciérnaga para desafiar al hada del universo. Necesito expresar lo que siento como una lluvia sobre tu piel, recorrer esos labios finos con la rectitud de las yemas de mis dedos. ¿Qué veo en ti, amada mía, que me impide descansar en tu ausencia? Que me imposibilita el querer vivir el presente y me hace retornar al recuerdo de nuestras escasas horas juntas.

¿Qué encontré entre tus brazos que ahora recelan sin ti? Aunque hago lo posible por olvidarte no encontraré el descanso hasta que recolecte en la caja de truenos de mi memoria todas las impresiones que tengo de ti. Es tu atractivo singular, tu magnetismo que me obliga a escribir cartas de amor con papeles ensobrados. Cartas de amor en blanco, preñadas de emoción, como palomitas de papel, irradiando el patio de mis enardecidos deseos.

El pecho me hiere al estar colmado de dolor; exijo al aire que respiro que te haya visitado, y si no el hinchar el pecho es un hundimiento de mis esperanzas. Mis ojos sufren por no verte. Es un dolor que ciega y me transporta a oquedades sin vuelta atrás, a sombras sin vida y perfiles sin contorno. Pero de este sufrimiento me rescatas tú misma y el recuerdo de ti.

Los fogonazos en la memoria de estos brevísimos instantes contigo, henchidos de promesas quiméricas, alta temperatura y ardor de pasión iluminan mi sendero de lágrimas con linternas nocturnas de pergamino escrito con sangre vascular, azul como el tatuaje de tu perfume en el recorrido de mis venas.

Cuando estaba contigo, o en las horas cercanas a tu encuentro mi cuerpo se sustentaba con tu presencia, y el mutismo de mi incoherente discurso escondía con cientos de palabras futiles e incompletas el reverdecimiento, la génesis de mi pasión hacia ti.

La fuerza de la atracción que en mí suscitas es un meridiano Richter de emoción y estremecimiento que me deja sin palabras, aunque mis labios no cesen de moverse. Adolezco de una famélica escasez de recursos lingüísticos para reconstruirte literariamente. Los recuerdos tuyos me golpean hasta rendirme inconsciente como la marea se abalanza sobre el acantilado con rítmica regularidad, como una manta de sombras y sacos rotos y yermos que entonan un sentimiento falso: siempre acercándose para luego abandonarte en un juego cruel con el que no puedes estar en la retaguardia porque no existe escapatoria posible y la espera es manirrota e insensata.

Soy la bestia sacrificada en este ritual. Me arranco el corazón sangrante, atravesado por las lacerantes llamas del sol, descompuesto en átomos brillantes perdida ya la gravedad que lo sostenía, evaporándose en la lluvia metálica de la pasión no correspondida, incandescente con la luz clarividente del desengaño, reflectante y cegadora, una eterna prohibición exagerada y castrante.

Devorada y sin corazón desfallezco, me faltan fuerzas y comienzo la peregrinación etérea. Me apoyo durante los últimos suspiros de vida propulsada por la ilusión de saber de ti al final del camino, colgando de la brújula embrujada de una ruta eterna hacia el desencanto y el vacío, y a pesar de no sentirte todavía me ilumina tu cabello de ángel centelleante, de tu ángel desdoblado y justiciero. El que un día te guió a ti para recorrer mi cuerpo como vergel de sensaciones, un jardín de tonalidades, y un abrazo hasta el alba que más que abrazo era una fusión de fecundidad futura, de presente y adelantes juntos, de ansias de primavera en un invierno de protección y mullidas corrientes de calor abrigado. De prospecciones, de veranos ardientes en primaveras frescas de juvenil entusiasmo y raudales de serena luminosidad.

Te quiero pero no te puedo. Te debo tanto y me quedo sin nada. Te he perdido pero te avisto en nuestras horas pasadas juntas. Te ansío pero el espejismo del delirio y la sed se pulveriza en la arena. Te siento pero te he entregado el corazón que yace enterrado en la desierta nada. Te suplico y recupero ecos de las distancias eternas. Te quiero y tú no sabes nada de mí todavía ...

Los días de este mes de mayo han sido ladrones de sueños que me arranaban las ilusiones con militar precisión. Alejaos de mí, malditas horas, malditos días soldados de la indiferencia. Acabad vuestra misión endurecida. Estoy cansada y necesito recobrar el sueño perdido, recuperar la sed de vivir y la capacidad de anhelar la salvia vital con la que lamer mis heridas. Mi sueño es parar el tiempo y no anhelar recordarte y presentirte, evocarte y satisfecha descansar en un exhausto manto de lágrimas secas convertidas en hojas de otoño, de nuestro abril espectacular. Pero paciente, detenido y suplicante, que me permite conciliar el sueño en este mayo insomne y cardado, un mes dilatado que no puedo aguantar más.

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