quarta-feira, 27 de maio de 2009

Cortinas


Música árabe, ella gime Habibi, Imra.

Cortinas, dientes de león fugaces, me espera el fuego del sol, tu fuego. La mariposa que perfila el aire, contonea la cortina con tu movimiento y el del laúd. Corriente espejo, espero verte de reojo. Mi pubis escuece y pulsa y se mueve como deseo hacia ti.

Huelo el incienso del rastro de ti que has abandonado a su suerte para cercarme, y siento tu presencia. Me imagino que la puerta de tu habitación es una cortina de perlas y cuentas que se estrellan entre sí como mandrágoras cuando traspasas su umbral desnuda y cubierta de joyas brillantes, cuentas, cadenas de plata y cobre que recorren tu piel con sus repiques de los cascabeles diminutos por toda tu piel que entran en la mía como tus caderas, el Argán y los repiques de metal acallado.

Esencia de té de jengibre. Hueles mi sudor inundado de flores. En tu cama henchida de nuestro sexo, de cómo hemos follado intensamente sus almohadas, sus dudas, su colchón anegado de nuestros fluidos corporales, del aire vaporizado por el calor de nuestras feromonas sexuales. En tu cama yazco y te vivo a ti.

La música árabe con la cantante gimiendo del placer de su melodía aterciopelada en rojo pasión aterroriza al desamor y sus lechuzas agrias y ciegas, que escapan despavoridas y pulverizadas en cenizas viscosas y yermas para nunca más regresar ni contaminar el parque frondoso, húmedo, verde y caliente de mi deseo.

Habibi, Imra

Me has destetado, me has desvirgado, las navajas de tu amor y ansia hunden mi vientre en movimientos rebozados en la arena de la mítica Ítaca, en la ondulación de mis músculos, en mis nervios encendidos y mis venas henchidas para propulsar mi protuberante clítoris.

Estoy señalada de marcas de tu carne, no puedo esconderlas ni amansarlas, me duelen los flechazos punzantes y me arrancan el marrón epidérmico que invade sus cicatrices. Tú sabes dónde se esconde el color negro que invade y acolcha tus besos, amor; sólo tú lo sabes y las otras mujeres lo han olvidado ya en amnésico desvarío.

El sol destila nuestros olores de sexo suspendidos en el aire y cruza tu ventana que observo sin miedo, con anhelo, sin miedo a precipitarme tras su borde, con esperanza de plenitud ante el inesperado baile de ráfagas de dientes de león celestes, blancos y algodonosos. Las ráfagas suaves como las flechas diminutas de deseo, el que tránsfuga revierte por las curvas de tus caderas y envía hacia mí tus salvas de amor.

Pero desperté entre tus brazos. Los dientes de león desaparecen tras bailar en el cielo límpido de un azul eléctrico, y esperan caer fulminados al invertir su gravedad con el fuego del sol, que imita el calor de tu sudor evaporado y enardecido.

Mi memoria de ti aparece emborrachada perfilándose en el vacío de ausencia (tu boca al borde del beso). Pero de repente la ausencia de ti se hincha de gozo. La voz en la música de esta mujer árabe hechiza a la cortina que despliega su baile del vientre con ondulaciones preciosas, intuitivas, místicas y femeninas, y me pregunto si estoy soñándote. Tras unos minutos dirijo la mirada a la tela que se contonea con tu movimiento del viernes al bailar entre las sombras huecas conmigo, enamorándome continuamente, fervientemente.

Tus pies están descalzos y ella te sigue y los quema de amor con su voz y los tañidos del laúd. Sigo la corriente hasta tu espejo de oro en la pared y espío el cristal en busca de tu reflejo, como cuando te espiaba entre las brumas del sueño apenas hace unos minutos, antes de que te marcharas. Mis pupilas me escuecen y se ensanchan, y mi pubis se encoge y revienta en punzantes botones para tocar la morada del clítoris.

Me injertas pequeños desfiladeros de alfileres de pasión al abalanzarte sobre mí y sellar mi piel con la cera ardiente de la tuya, y el dolor es el placer de tus caderas, de tus curvas y tu belleza plena y real, y la voluptuosidad de mi querencia. Estás recubierta de aceite de Argán destilado en jengibre, gotas de sangre menstruada y sudor agrio y carnoso de nuestras vaginas encendidas. Tus besos nos nublan la vista y el flujo de tu coño me corre con su olor.

El deseo hacia mi madre se ha convertido en deseo hacia ti. Le arranco las rosas y te lo entrego. Siento fiebre por tu ausencia. Deseo verte.

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