terça-feira, 2 de março de 2010

Referéndum


Repulsas el presentimiento de que la regionalidad de tus sentidos no sepa incorporar un gran sentimiento. No es verdad, es más bien un intento de saber lo que te afecta, lo que no conoces bien, lo que te intercepta debido a una simple corriente intencional que no te recuerda al túnel de lavado, los coros de la impaciencia más estival.

Ese silencio, esa turba incesante, ruido y silencio al fin. Empachada de viajes cortos que se emprenden y alargan inmediatamente. Tengo que aprender a recuperar el instinto de evitar un Verdún.

Se refuerza la sospecha de que las viejas artes del viaje no son específicas, son renuentes, son impecables pero resbaladizas, como suricatas, como lagartijas inmensas pero invisibles que dejan rastros mínimos para no recuperar la vida humana.

En torno a su visibilidad realizan conjuros de pulpa de papel de novelas de ficción baratas, y no saben organizar recepciones de gran boato para aquellas personas que visitan sin rango, y sin intención de redimirse. La lagartija es como una salamandra que ignora al mundo que quiere entronizarse, a las personas que le buscan los tres pies al gato, o a la gata nocturna parisina de tejado que lame la luna a kilómetros de distancia, solitaria, mal llamada egoísta, mal llamada así porque todo el mundo quiere asirse a su humanidad y despeñarla a la calle, a la tierra donde no le corresponde transitar. Mal llamada egoísta como yo únicamente por buscar la paz, la tranquilidad, el encuentro conmigo misma del que hablaba Jung.

Para mí los tejados son como volver a entrar en la marisma, el interior blando y circular que resiste los empellones del olvido y vive para siempre porque ya vivió desde el principio.

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