
No sabes si lanzar una página a su nuevo hogar y continuar con la próxima es una nueva estrategia. Como el café recién filtrado y aún hiriente en tu estómago. No sabes si en este momento prefieres las comidas sin grasa o el placer del presente. Desayunar en París, almorzar en Tokio, cenar en Nueva York, despertar en Lisboa. Son sueños mansos que te anegan y permiten diseminar tus confusos anhelos. Y sigues aquí, en Madrid, sin saber si realmente tienes fuerzas o ganas de marcharte.
Te parece incoherente no escribir, como no oler la lluvia recién caída desde tu ventana de habitación de convaleciente.
A veces terminas el día con el pelo cardado de experiencias, y cuando te preparas para el letargo nocturno tu mente salta poblada de luciérnagas. De repente te percatas de que hay sonidos ajenos al mecanismo de tu mente, a que el viento va por libre, las contraventanas, las persianas, los cerrojos y la ropa tendida (porque mañana no llovería) y tienes tiempo de observar el silencio de tu pareja y su individualidad, el peso de los minutos de tres en tres al golpe del trasegar de las páginas de su libro.
"¿Me pasas mi taza?". Y ella te sonríe ausente, pendiente también de que no interrumpas la lectura de los famosos últimos capítulos de su libro con una reflexión de última hora.
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