domingo, 28 de março de 2010

Palomitas de papel


Asiento libre

Había un asiento libre rodeado de mucha gente en el tren de hoy. Es una posibilidad oportunista entre cien. Tuve que abrirme paso y ahí estaba: flamante y vacío para poder ocuparlo yo.

Hay momentos escondidos y rodeados de gente que muy a menudo aspiro a insular.

(Atención, en esta bitácora hay muchas palabras inventadas e inusitadas. It's my prerogative). Espero disfrutarlas con todo su jugo exprimido.

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Se trata de la pérdida de señas de identidad y de la modulación de mecanismos para la contención de esa pérdida.

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Lo que sucede es que no sabes si los tienes controlados, si los puedes poner en marcha. Tienes que tener fe y descerrajar el enjambre de saturninos vampíricos que te roban los instantes y te convierte en el carcass de tu propia persona.

Sabes demasiado sobre los tejemanejes de tu condición. Éste es el tirón brujo de la primavera sobre tu estado de ánimo. Es posible que traiga como colofón unos zurcidos y la vuelta de la marea y la espuma.

Todavía no he se ha producido un deterioro cognitivo notable. Tan sólo un decaimiento corporal fuerte y una falta de actividad grave. Estoy esperando al momento tan esperado de levantar cabeza, pero no llega. Llevo así toda la semana y hoy es jueves. Me pesa muchísimo el paso de las horas.
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Busco entrelazada, inerte soluciones ensambladas. Reitero ideas minimalistas, repetitivas, imposibilitadas. Viajes neuronales en el vacío, intereses nulos, imposibilidades presentes y futuras, injustas. Me siento desagradecida al instante, al momento actual que me deriva a la tabla de náufrago marchita. Es un alud con forma de torbellino, me impide cobrar forma y desarrollarme, mis recursos son mínimos.

Antes sobrevivía a base de química y física. Ahora, debido al atropello de objetivos fallidos apenas tengo aliento para la vida, para el sentirte liberada, para las infibraciones intrépidas, para registrarme con mis intereses. Es muy duro, es una semana entregada a las oscuridades del alma, a los fracasos del cerebro y el cuerpo, con apenas apoyo logístico, con fantasmas ahumados, con la irritante y tediosamente dolorosa imposibilidad de recorrer la parte ilusionada de mis ficciones, la lateralidad ciega que pretende hacer la vida bella y ocurrente. La necesidad de amar, de ser amada, de trabajo, de altas latitudes, de impresiones rápidas y consistentes.

Me enfrento de nuevo a un viejo enemigo que ya no quiero derribar. Espero que pase de largo; bastante daño me ha hecho ya. Lo peor de esta travesía por el desierto es que no puedo optar a la redención, a que me devuelvan las habilidades perdidas, a recuperar una vida marcada por las úlceras de la bipolaridad. Puedo olvidarme de los recuerdos vanos, pero al atacarme la crisis depresiva me alcanza la rueca envolvente de la memoria adyacente, la que me implica con mis pasados fracasos, la que me recuerda que he perdido incesantes intereses, obligaciones que ahora no puedo poner en marcha. Se trata de la fibra y las tripas mismas de la vida: las pequeñas y grandes cosas que te hacen estar pendiente de los minutos que te faltan. Aquellas cosas que te dan funcionalidad en la vida, que te permiten levantarte por las mañanas con arrojo o al menos necesidad práctica.

Ya no soy capaz de limpiar, de llevar adelante un proyecto, de progresar en una carrera profesional, etc. Veo cómo estoy falta de aptitudes, de aquellas cosas que me movilizaban antaño y en las que albergaba esperanzas de triunfar o al menos causar mella en mi propia consciencia. Quisiera recuperarlas porque no he llegado tan lejos, no he experimentado fracasos totales precedidos de amplias miras, reales, acompañadas. He pinchado en falso una infinita multitud de veces y me he perdido oportunidades estrella pero todo ha sido muy rápido, muy pronto, con lo que a veces pienso que todavía podría degustar las mieles de llegar a mi potencial.

Y así me desenvuelvo mínimamente en un mundo virtual que es mío, que quería que fuera pequeño pero que ahora me ahoga con su dinámica centrípeta, que me insufla con los toques de una nada de magma y de espinas petrificadas en hielo. Me repliego y me asusto porque no sé cuánto tiempo lograré resistir. Sigo mi propio consejo e intento no registrar los mensajes distorsionados de mi mente. Pero hay algo que sí sé, y es que mis posibilidades de movilizarme son un porcentaje exiguo de mi potencial.

Hay muchas cosas que debería hacer a las que no puedo dedicar un ápice de esfuerzo debido al barrido generalizado de motivaciones vitales. Es un desastre, pero estoy trabajando en ello creando un espacio mío que finalmente genere de forma orgánica las soluciones para poder llevar adelante mi vida.

Mi espacio parecía funcionar pero en el último año he incorporado elementos exigentes que no tenía controlados, mi operativa ha sido deficiente, no he dado a basto, no he sabido qué hacer en las situaciones que se me presentaban, y he vuelto al espacio nulo al cubo, a un sin vivir, a los devaneos intelectuales con una fantasmagórica inopia, con un silencio inopinable.

Nadie me entiende porque es imposible expresar ni justificar estas ambivalencias, inutilidad, carencias, ruina, dolor, necesidad. Mi única salida soy yo misma, desfilar por las aguas estancadas, la oscuridad, el éxtasis furibundo del dolor, las réplicas cortantes como cuchillas, el desprecio de mi entorno, la acumulación de basura en mi cuerpo, en mi cocina.

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Vivo en un país que es mi propio país. Todavía no sé si es buena idea, pero en mi búsqueda de la salud mental en Madrid, en esta búsqueda por un entorno que no me soslaye ni me embrutezca ni me hiera, lo único que puedo hacer para tener algo de control sobre él es crear mi propio país. Es un país en el que crece la ética, el civismo, el auto-conocimiento, un país de pajaritas de papel contextuadas y rellenas de narrativas de letras diminutas (pajaritas de papel), de ríos de tinta impresionados, de intercambios con creaciones que han perdido su inmediatez pero que mantienen su universalidad.

Un país que no es éste, aunque me encuentre aquí. Pero que sin embargo me permite circular con reducida pero tal vez suficiente libertad para que mi mente discurra en esta búsqueda, esta nueva búsqueda en pos de realidad, de la amplificación de mi potencial.

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Quiero volver al placer y la urgencia repentina y diaria de escribir, y eso pasa por poder narrar lo que me sucede cuando me sucede. Por eso mi blog tal vez se convierta en privado a pesar de la cierta soledad en el hospedaje que psicológicamente esto me produzca. Pero es mejor, me dará las alas que necesito para encontrarme, para solidificarme, para verme y resetear mi propia reputación, mi delicadeza, mi equilibrio, mi plenitud, mi serenidad, mi impulsividad, mi ligereza, mi sentido de la trascendencia, de lo necesario, de la certeza.

Antes era capaz de creerme lo que hacía y lo que decía. Ahora no tengo ninguna credibilidad, no encuentro refugio, consuelo o gente en mi familia o en mi entorno que me dé la razón o que por lo menos entienda mis razones. Es un lugar solitario que tiene que tener inmensas posibilidades.

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Zonas turbias de sierpes angulosas e imanes agigantados. Estoy inventada, encerrada en perfiles dantescos, exagerados, no es fácil interseccionarme con mi yo óptimo e inmortal.

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Siento que me estoy recuperando un poco. Creo que es posible que el vivir las vidas de otros personajes en las películas que me he insuflado entre pecho y espalda tirada en el sofá mientras me recuperaba y destrozaba la paz de mi cocina con detritos, me ha despertado la imaginación y desviado la infelicidad que trotaba incandescente por mi sueño REM con nuevas tramas y permutaciones de las tramas de las historias.

He tenido sueños vívidos que tal vez han despejado mi subconsciente tras un par de días plagados de fallos funcionales. Desconozco el funcionamiento: tal vez me he radiografiado, integrado, fulminado dudas, emprendido nuevos caminos, prensado imprentas con telares y tejidos de ideas ignotas, nonatas.

No lo sé. Lo ignoro de manera tan contundente que he sufrido con motivos pero no he desenlazado la caja con el muñeco saliente y esperpéntico hasta ahora. Y todavía no me he recuperado. Estoy al acecho, esperándolo, para luego hacer inventario del naufragio y tratar de registrar el hecho de que es posible el retirarme de la tristeza inmensa de no saberse viva en vida, sólo humana. Tremendamente humana.

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Manzanas envenenadas, adormideras yedras que causan brechas inmoladas en las paredes de mi piel. Los boquetes ígneos

Ilusiones desgajadas en una charca inmune con ranas luminosas a la deriva y a nado en el lapso dorado reflejo de un minuto. Amagos insufridos, perdidos apenas al tracto visible de nimbo, innecesario, repelido como un sifón de colores inéditos encerrados en una cárcel de plata. Árnica esmaltada en asfixia repelida por propósitos de miseria, en este mundo multipolar de tormentas perfectas y lentas victorias.

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Me apresuro lentamente a una impugnación con permanencia de una autoridad externa que surge de cada esquina con arrogancias. Es una máquina de truenos con cajas de cartelería trasparente y traslúcida. Me propongo también ímpetus perfectos de salientes y fisuras a punto de dar fruto en procesos mentales deslogados y luminosos.

Son agentes de pares de cobre aislados, arrinconados en sus puestos, incandescentes como es sabido, apaisados y febriles por naturaleza. Son ánimos descompuestos y descolocados insertados en saetas mínimas, como historias mínimas que no desfallecen y bloquean los ritos de paso.

Si me encuentras me verás ligada a enterezas fijas y pasables, físicas y maniobradas entre ratos y respiros de dientes de león inspirados por el viento ascendiente suave y caliente de verano. En estas rondas callejeras sobrevivo sin el tesón suficiente para interpretar fielmente el pasado y sus longitudes rectangulares de ladrillo encarnado en su carne rojiza. El polvo se mece en las crispaciones de los devaneos del tiempo.

Las cajas con problemas pueden ser fundidas en un momento dado, intervenidas o liquidadas en dunas molidas de semillas. Su marcha coincide con aniversarios aniquilados por haber pasado el tiempo hiperbólico de su puesta a punto; inexplicables surcos de ese tiempo sufre devaneos y síntesis orgánicas y sintéticas acorde a los alisios curvantes.

Entera y encumbrada, mi capacidad fantástica trepa los topes alternos superiores de los edificios desiguales, y su desigualdad informa los solsticios de ciclos cardianos, superiores en número a sus limitaciones, sin sufrir las pérdidas causadas por las pistas falsas, sin plegar los bordes, los aparejos de los crustáceos en paradero desconocido en extravíos histéricos, lentos y victoriosos.

Para mitigar estas dificultades se ciernen los daños colaterales de la incertidumbre que se confunden con la realidad sin solución alguna de continuidad. Las imágenes de las maravillas alzadas, neptunianas y oceánicas se reducen a la inmersión en los fondos marinos, para atragantarse y ahogarse en toneladas de espuma cardada, como los secretos que albergan, apenas desvelados por las pequeñas crestas y costras de los despejados arenales tras los revuelos tectónicos. Estas joyas de origen celeste y transoceánico están levemente descubiertas por las redes frágiles de la arena incrustada, y permiten una inspección detallada si breve como un sueño despertado. Desprenden luces cenitales en columnas verticales en las que no priman ni los reflejos ni sus luceros; es fácil, intenso y poco accesible a los cuerpos orgánicos, al ADN programado sin tregua para comportarse de manera biónica: nosotros los seres humanos.

Los cercos de la superficie de los fondos marinos se repliegan como resoplidos de morsas nocturnas y lunáticas, y con los remolinos de las carnes inmensas y exageradas de los elefantes marinos varados sin remisión en muertes de soledades inertes quemadas por el sol. Muertes innecesarias y previsibles transitadas por turistas que sacan las cámaras de fotos y las fotografían en directo con total impunidad y ácida indiferencia. Los clics de sus pistolas humeantes causan estragos, vaivenes peligrosos de las mareas, pero no les importa. No les importa nada. Nada en absoluto.

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Sunbelts

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Patrullo las vallas defensivas con mi infantería sanguínea para repeler el silencio de la censura. En los márgenes de las franjas desértica me reparto mi inestable y crónica melancolía. Las prisiones del Atlas hostigan mi combativa naturaleza hasta minar su exilio interior.

Las posturas y posiciones indefendibles aducen valor en sus escaramuzas, pero no me fío: todo esto es planariamente falso e hipócrita. No sé las dimensiones de mis problemas, tan sólo acierto a ver los límites que tengo impuestos y los daños de las colisiones imperfectas contra sus alambradas ardientes. Eso es todo.

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Mantengo la práctica de la invisibilidad.

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