
Viajes pasteurizados. Con iluminación pretérita, dolor de motores por vistas. Olores recauchutados, y entregas desesperadas en el ambiente. Reproducción de velocidades con un resultado de silencio y retirada. El recorrido se viste de vigas y empedrados y pilones eléctricos.
Las miradas vagan por los asientos, y su olor empacha el todo. La gente se entretiene con el crepitar de las bolsas de plástico que acarrea. Yo parapeto el ordenador y me voy al fondo del vagón para que no me asalten las dudas de si debería enseñarlo o no.
El tren deambula cansado, insomne entre su maquinaria, revelador en su veloz rutina uniforme. El viaje debería despertarme sueños lineales y quimeras narrativas, pero mi pregunto si un cercanías llega hasta tan lejos. Las líneas asíntotas de la geografía de la sierra deberían tal vez reciclar mis ansias de libertad mental, las ondas cerebrales que inducen a la creatividad. Pero hoy ya he reciclado esa urgencia. Ya he participado en esa celebración durante unos minutos y he agotado tal vez su suministro por hoy.
No sé si nos acercamos o nos alejamos, pones tu suerte en las manos de quien conduce tu tren. Las puertas se retuercen y el aire comprimido las cierra. Las luces amarillean la oscuridad, y no existen fuegos fatuos esta noche. La verdad se resbala por la realidad, la velocidad sobre las curvas y zarandeos, es un viaje gris de asientos grises y pensamientos inválidos. Mi bufanda pugna por retorcerse encima de mi plumas. De vez en cuando el tren suena a tren, a vagones que se empujan los unos a los otros, a aventura, pero por muy poco.
Cualquier viaje comienza con la compra de un billete. Cualquier fuga necesita la entrada en un vagón y la propulsión mecánica de una inmediatez que nunca volverá a ser como antes. Cualquier crónica necesita un destino, cualquier descripción su motivo, su ansia de vivir. No quiero retroceder con el carro de esta imaginaria máquina de escribir, de esta máquina de contar cuentos. No quiero dejar de contarlos. A veces tengo prisa por redimirlos, y no debería ser así; quisiera contarlos perfectos, arreglados, con traje de los domingos. Y no inciertos, irreconocibles, empezados. Es un ten con ten con la realidad y al final no sabes lo que te depara.
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