Hay que escribirlo, el día no vale la pena si no lo escribes, si no baila el eco de tus palabras a tu alrededor, si no mojas tus manos con esta conversación interna. Hay que contarlo: la monotonía, la tiranía de los días sin resolución, para ver el instante en el momento en que se genera.
Es una sensación que te almidona la mente, te eterniza la indecisión, te invoca tus demonios. Ves que dura mucho más de lo que eres capaz de soportar. Otras veces parece que puedes movilizarte, porque de manera asombrosa se provoca la chispa de la iniciativa y logras poner en marcha la magnificencia.
Nadie quiere escuchar esto y debo esconderlo y amortiguarlo con cientos de palabras. Si el carácter pudiera medirse por el número de palabras que vierte sería posible consolidarse escribiendo sin parar, aunque este sueño de prolífica actividad no parezca real, aunque sea forzado, porque es un salvavidas, un objeto lanzado al horizonte que finalmente existe porque no te pasa
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