Cauterizar heridas

Me sudaban las manos. Qué calor hace aquí. Normal, me dije, llevaba puesto mi jersey de los pensamientos positivos. Ese grueso, gris, superprecioso que me compré en Oporto con Toni. Pero no, este calor es por todo el cuerpo. Qué hormigueo.

Con las piernas inquietas y un impulso le pregunto a una señora que acaba de salir de la consulta del otorrino: -¿Perdone, le acaban de cauterizar los cornetes?
-¿Cómo dices?
-No, que si le han estado urgando en los cornetes, como la veo con el pañuelo...
-Sí, la semana pasada, me taponaron entonces con unos algodones y me los acaban de quitar. Qué daño me ha hecho...

Oh, oh. Respiro hondo e intento tranquilizarme pensando que vaya chorrada esto de los cornetes comparado con mi intervención de amígdalas. En ese momento llegan dos chavales y se sientan cuatro asientos más allá, a mi izquierda. Uno de ellos tiene una herida en la oreja/oido, ya reseca, por lo que sospecho que vienen a revisión de una operación fresca.

Enredo mi con iphone. Saco El País Semanal. Pero mi atención se va hacia los chicos. Mira, son pareja, -me digo-. Y más jóvenes que yo. No son muy agraciados. Quizá del montón. Calmados. De movimientos lentos.

Los sigo estudiando. De repente el acompañante le pasa una mano por encima del hombro al enfermo y con la otra, y mucha dulzura, le coloca la cabeza para verle la herida. Y le besa la mejilla. Un escalofrío y una tristeza me irrumpen, e intento suavizarlos con una sonrisa, pero sólo me sale una mueca. Y agacho mi cabeza y centro la mirada en mis manos, que están juntas entre mis piernas. Ahora tengo frío. No me gustan las salas de hospital.