terça-feira, 9 de fevereiro de 2010

Inesperadas arritmias


La chaqueta metálica y el papel que absorbe todo. Entremedias de los espacios donde se te permite respirar, hacerte con remolinos de inspiración, retrotraerte al momento antes de abrir el paraguas, antes de que se corriera la tinta. El momento donde el movimiento no te apresara, no te zarandeara y resultara insondable, insoportable, falto de alma, ausente de aire.

En los asaltos diarios propinados entre todos por la falta de protección, las empinadas curvas, los inmensos bandazos que te arrestan una y otra vez hasta aprisionarte definitivamente. El bosque de buenas intenciones que justo en el momento de fracasar te rescata, en el último momento, y sin saber si el desencanto se convertirá en entusiasmo o en la sospecha inabordable de una próxima (re) caída.

Arrecia el estrés de las responsabilidades, la inteligencia se pone al servicio de la mala conciencia, y los cientos de palabras sin digerir germinan en una envoltura de levadura empachosa, una revuelta de condiciones, un emprender de ilusionadas cornucopias. ¿Para qué escribir? Para qué reconoces que la sensibilidad está intacta tras los moratones y los cardenales enfundados de los golpes. Para qué rebelarte ante la amanerada mansedumbre, del imaginario mecánico que te aplasta y te domina.

He estado sintiendo una sirena continua en mi cabeza, una especie de sonido intenso y maligno que finalmente ha condicionado mi salud mental. Y el estrés me ha rodeado la espalda y el pecho como esa chaqueta metálica atenazándome sin piedad. Me he sentido muy mal, y he combatido esta sensación impune tratando de ignorarla, como a la cesta de la ropa sucia, como a una pesadilla también sucia de la no consigues resarcirte, como a tu miedo de caerte al enderezarte, y me ha invadido el sopor, como un dolor de cabeza lejano que se adentraba, como una espina clavada reciente y diligentemente. Un sopor oportunista repleto de residuos de combustible quemado.

Me he tomado una ligera revancha al adelantarme y por lo tanto distanciarme de él. Ha llegado incluso a intoxicarme y contaminar mi escritura, hablándome al oído como un Caín malvado que me quisiera convencer para tirar la toalla: total, no sirves para nada.

Hay gente que zarandea las bolsas de plástico que acarrea con la devoción de mártires de las circunstancias, como si su columna vertebral, sus cervicales, sus lumbares estuvieran a punto de desmoronarse.

Tenía intenciones de reflejar el doble sentido de una página escrita y vuelta al revés, con las hendiduras de la escritura marcadas por la prisa y apenas visibles como un mar menor.

En pocas palabras: me he mecido en connivencia con mi propia e inmune identidad, con contraseñas de entrada y de salida bloqueadas por un error informático. He sabido revertir el rumbo del buque fantasma, que a punto de encallarse ha terminado llevándome a un refugio seguro y estanco. No sé por cuánto tiempo. Todavía no había tirado la botella al mar y dado la espalda al mundo.

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