Irse lejos

Llegaba de la escuela el viernes por la tarde y tiraba la cartera. Ufff, qué lejos quedaba el lunes. Repasaba con los dedos todo el tiempo que tenía por delante: viernes por la tarde, sábado por la mañana y por la tarde, domingo por la mañana y por la tarde.

Sólo pasaba por casa para comer. Era consciente del tiempo cuando mi abuela, entre aquel lejío (ejido) voceaba mi nombre. Estuvieras donde estuvieses corrías como el zorro de David el Gnomo hasta hacerme visible.
Abuela, ¿qué quieres?
Saber dónde andabas, que hace un rato que no te veía.
Por ahí detrás, jugando.
Bueno, pues no te vayas mu lejos, que voy a echar los fideos.

Y ya con el condicionante de la comida me marchaba a dar el último respingo. Comida y dibujos de las tres y media. Oh, oh cuando llegaban las 4 de la tarde del domingo. Mi visión de la vida cambiaba. Mañana, lunes. Tarde de deberes. De ir a comprar golosinas. Del aseo en aquel baño de zinc que mi tía preparaba para mi hermano y para mí.

Éstas son otras tardes de domingo, sin que nadie me vocee. Sin mi abuela. Sin mi hermano. Y sin deberes. Voy a la cocina, a echar los fideos.