quarta-feira, 10 de março de 2010

Noctambulismo


Revisas y corriges: espacios, interruptores, barreras físicas, el sentido de las cosas. Mueves y recolocas, trasteas y haces resonar. El mundo te ha equilibrado pero las cosas te han cansado y ya no terminas de entender si deberías tomar aire o exhalar. Y así se han hecho las cinco de la mañana. No podría explicárselo a nadie. Nadie, casi nadie entiende el intentar instalar un programa durante cinco horas en vez de hacer algo útil, a pesar de la demostrada utilidad que tendría que todo hubiera funcionado, si no lo has conseguido hacer no sirve para nada. Mejor esconde la verdad, no se lo intentes explicar a nadie.

El aire se mueve, el tiempo pasa. Piensas. En este momento ya no importa tanto, porque es muy tarde para demostrar coherencia. Tienen que pasar unas cuantas horas. Es más: la verdad es que da vergüenza el decir que estás despierta a estas horas. La gente debe pensar que tienes algún tipo de enfermedad nocturna. Esta vez el ser noctámbulo no ha sido ensayado. Me siento más bien como si estuviera deshilvanándome, rebobinándome. Los últimos gestos del día van a pasar a formar parte de mi sueño, y me estoy resguardando porque no creo que vaya a ser muy entretenido.

He estado sufriendo las últimas horas con el paso del tiempo sin conseguir lo que estaba intentando, con ganas de irme a dormir, sin querer darme por vencida, sin entender nada hasta que estuviera hecho todo, repleta de dudas, llena de esperas sin resolver. Y ahora no me apetece el comenzar una noche que, total, va a enmerengarse con el día. Uno de esos días en los que cuando tú duermes la marea baja y las demás personas emergen mientras que tú te llenas los pulmones de agua, y al pasarse la marea y tú despertarte te extrañas de sentir la quemazón de esa sensación restrictiva en los poros de la piel, las huellas de los dedos, los ventrículos, todo muy adentro con ganas de airearse tras haber sido horadado por la falta de oxígeno.

El oxígeno se esconde, no es tanto como parece ni siquiera suficiente para todas las personas que pueblan esta calle, esta acera. No sé si debería respirar hondo, abrigarme o beberme un trago de agua. Así están las cosas. Tampoco sé si debería poner en marcha la máquina de márketing. Pero eso es un tema de mañana o de cuando sea mayor. Sé tan poco que cualquier cosa que suceda va a demostrarme que estoy haciendo las cosas medio bien, y no tan mal como parece a simple vista, a vista de pájaro en llano, a primera vista, a última vista, de un buen vistazo.

Este es el momento del día y de la existencia en el que más poco claras se ven las cosas, pero al haberse terminado la carta de ajuste poco importa. Nadie va a hacer ninguna pregunta, hay que esperar que vuelvan esos álguienes detrás de los auriculares de los números de teléfono; la mayoría de la gente está besando sus propios besos en manchas húmedas en sus almohadas. Y a nadie le importa, o mejor dicho, a mí no debería importarme. Ni siquiera quiero una amistad en las antípodas, sólo me faltaría eso; otra persona a quien no cuidar lo suficiente.

Ahora tengo frío, un frío evasivo que se restriega por mi cintura. Necesitaría ahí una bufanda. Lucho contra los desaires y desplaceres de mi cuerpo. Quiero desenlazarlo y hacerle olvidar por un momento que el oxígeno quema, y el tiempo envejece, y lo que escribes al releerlo produce menos sequedad visual. Quiero ser consciente del recorrido incesante de mis glóbulos rojos. El aire me falta y ya no me interesa seguir pensando en él. Tendré que resguardarme en el socorrido descanso, pero tengo miedo de mañana, del mañana, de todos los mañanas.

Pero ¡espera! Se me habían olvidado los miedos nocturnos. Ahí está ... la razón por la que ...

Ni siquiera sé lo que digo porque a estas horas, con este sueño retrasado no puedo seguirle ya la pista ...

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