sexta-feira, 16 de maio de 2008

Y vas y te dejas llevar


Y te dejas llevar, pero no tanto.

Y pruebas a escuchar, pero no mucho

Y te sientas a descansar, pero no puedes

El día de fiesta está deslucido, los coches no pasan, el sol vibra sólo para los que vayan a atraparlo. Sientes que te pierdes algo y que se repiten las mismas cosas ... ¿cuándo encajará la rutina y maniobrará el día para que no se preste a reprocharte que no lo has aprovechado como deberías?

Pero todavía quedan horas huérfanas que precisan de tus cuidados. Horas en las que podrías imaginarte tremendos planes de cambio y flamantes quimeras. Los párpados te pesan y los olores de la casa te acechan para agacharte los ánimos y volcar tu ímpetu inacabado.

Té verde, mucho té verde. Si tan sólo se pudiera finalizar el libro inacabado todo se arreglaría. La espuma de la imaginación todo lo puede teñir. La química de nuestro cerebro puede variar en una milésima de segundo. Y todo se vería en colores, en flashes, en gamas, en estirones.

Depende, claro, de la hora que sea. Si son las siete y media y hay luz diurna, todo cambia. A mí, por ejemplo, me podría incendiar el alma el recibir una llamada de Cuore. La presión sanguínea se arrebolaría, mi tránsito de ideas, la inventiva, la respiración invadiría el ambiente, y cualquier, cualquier idea loca, extrema podría encontrar cabida repentinamente. Pero ella no va a llamar.

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