sexta-feira, 30 de maio de 2008

Adiós mayo encharcado, ladrón de sueños


En tu corazón colisionado un destructivo aullido desvela la transmutación del amor en vacío y su destino perdido.

Si pudiera sentir el amor como pasaje y parábola de bondad. Ese bello amar que te hace cuestionarte tu invencibilidad, abrirte a otras experiencias, afinar el oído del sentimiento. Lo que tengo dentro es un vergel de arroyuelos infantiles, desabridos, seriales, desordenados. Mi corazón es una bola de sangre incandescente. Este dolor es un moratón malva extendido y revolcado en la consciencia. Sólo espero que el sueño de mil noches me separe de ti, de este ansia de recorrerte, de acompañarte, de despertar mis sentidos en tu compañía.

Contigo sentí el éxtasis, mi frágil cuerpo se encendía como lucero e iluminaba la niebla cual luciérnaga exacerbada para desafiar al hada del invierno, que ya se avecinaba. Necesito expresar lo que siento con una lluvia sobre tu piel, recorrer esos finos labios y su rectitud imaginándome las yemas de mis dedos creando una escultura de ti.

¿Qué te presiento que me impide descansar en tu ausencia? ¿Qué me imposibilita el querer vivir el presente y me hace retornar al recuerdo de nuestras escasas horas juntas? ¿Qué encontré entre tus brazos que ahora recelan sin ti? Aunque hago lo posible por olvidarte no hallaré descanso hasta que recolecte en la caja de truenos de mi memoria todas las impresiones que tengo de ti.

Es tu atractivo singular y arrebolado. Tu magnetismo que me obliga a escribir cartas de amor en sobres traslúcidos. Cartas de amor en blanco, preñadas de emoción, como palomitas de papel extranjeras irradiando el patio de mis exaltados deseos. El pecho me hiere al estar colmado de dolor; exijo al aire que respiro que te haya visitado: si no mi pecho siente hundirse todas sus esperanzas y el dolor es sincero, es un peso que me deja sin respiración, una opresión que me provoca naúseas y tos de tuberculosa.

Mis ojos sufren por no verte. Es un dolor que me ciega y me transporta a oquedades sin retorno, a sombras sin vida y perfiles sin contornear. Pero de este sufrimiento me rescatas tú misma y el recuerdo de ti. Los fogonazos de la memoria de aquellos bellísimos instantes contigo, henchidos de promesas quiméricas, altas temperaturas y ardores de pasión iluminan mi sendero de lágrimas con linternas nocturnas de pergamino escrito con sangre vascular. Sangre azul como la carne enardecida de mi cuerpo que lleva tu perfume tatuado en el recorrido de sus venas.

Cuando estaba contigo, o en las horas cercanas a tu encuentro, mi cuerpo se sustentaba con tu presencia, y el mutismo de mi incoherente discurso escondía con cientos de palabras fútiles e incompletas el reverdecer, la génesis de mi pasión hacia ti. La fuerza de la atracción que en mí suscitas es un meridiano Richter de emoción y estremecimiento que me deja sin palabras, aunque mis labios no cesen de moverse.

Mi famélica escasez de recursos lingüísticos para reconstruirte me vacía. Los recuerdos tuyos me golpean hasta rendirme inconsciente como la marea se abalanza sobre el acantilado con rítmica regularidad, como una manta de sombras y sacos rotos y yermos que falsamente entonan un acercamiento para luego abandonarte en un juego cruel. No puedes estar en la retaguardia porque no existe escapatoria posible y la espera es manirrota e insensata.

Soy la bestia sacrificada en este ritual e intrascendente sacrificio. Me arranco el corazón sangrante y fulgoroso, atravesado por las lacerantes llamas del sol, descompuesto en átomos brillantes, perdida ya la gravedad que lo sostenía, evaporándose en la lluvia metálica de la pasión no correspondida. Incandescente con la luz clarividente del desengaño, reflejante y cegadora, una eterna prohibición exagerada y castrante.

Devorada y sin corazón desfallezco, me faltan fuerzas y comienzo la peregrinación etérea. Mi respiración la propulsa la ilusión de saber de ti al final del camino. Me apoyo colgando de la brújula embrujada que marca una ruta eterna hacia el desencanto y el vacío, y a pesar de no sentirte me sigue iluminando tu ángel desdoblado de su contundente y sádico justiciero. Tu ángel femenino, el que un día te guió para recorrer mi cuerpo como un jardín de abigarradas sensaciones y tonalidades, cuando me abrazaste hasta el alba. Ese abrazo fue una fusión de fecundidad futura, de presente y futuro allegados, de ansias de primavera en un invierno protector con mullidas corrientes de calor abrigado y prospecciones de veranos ardientes, primaveras frescas de juvenil entusiasmo y raudales de serena luminosidad.

Te quiero pero no te puedo. Te debo tanto y me quedo sin nada. Te he perdido pero te encuentro en nuestras horas transcurridas juntas. Te ansío pero el espejismo del delirio y la sed se pulveriza en la arena. Te siento pero te he entregado el corazón que yace enterrado en la nada desierta. Te suplico y recupero los ecos de las distancias desencontradas. Te quiero has perdido la pista de mí ...

Mi sueño es parar el tiempo y no anhelar recordarte ni presentirte ni evocarte y satisfecha descansar en un exhausto manto de lágrimas secas convertidas en hojas de otoño. Volver a nuestro abril espectral pero paciente, detenido y suplicante. Recuerdo que me permite conciliar el sueño en este mayo insomne y cardado, un mes dilatado que no puedo aguantar más.

Los días de este mes de mayo han sido ladrones de sueños que me arrancaban las ilusiones con militar precisión, sin detenerse, sin dudar. Alejaos de mí, malditas horas, malditos soldados de pelotón. Acabad vuestra misión endurecida. Estoy cansada y necesito recobrar el sueño perdido, recuperar la sed de vivir y la capacidad de anhelar, la salvia vital con la que lamer mis heridas.

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