quarta-feira, 20 de janeiro de 2010

Cacharris


Estoy recuperando mi energía lentamente desde que no como lácteos ni trigo. Estoy intentando adaptarme a una vida con leche de soja, pero la verdad es que a veces me da arcadas. Quiero escribir por la mañana y no lo estoy haciendo porque me levanto como si una plancha me hubiera escalfado la cabeza y luego no encuentro tiempo porque parece que me dedico a prepararme a escribir.

Llevo un mes esperando a que llegue mi móvil de Singapur (via eBay), y está tardando tanto que parece que en vez de allí viene de Saturno. No estoy localizable y esto está poniendo muy nerviosa a mucha gente, y luego me llega a mí el turno de ponerme nerviosa. He encontrado una tienda maravillosa con aparatos con todo tipo de cables, teclados, pantallas y entresijos internos de piezas vistosas y arcaicas, y hoy le he preguntado al dueño si ltenía mi teléfono (de recambio, porque ya va por el cuarto). Si lo llego a saber me paso por allí antes, porque sí lo tenía. Y desde que ayudé un día a un señor mayor a visionar el vídeo grabado en su cámara mpeg (por qué la gente graba en mpeg nunca lo sabré) el dueño de la tienda me tiene cariño.

Su tienda es fabulosa, el típico sitio donde me perdería si de hecho se pudiera abrir la puerta del todo, porque los maravillosos objetos se amontonan unos contra otros, encima de los unos, a un lado de los otros hasta llegar al techo y copar toda la tienda como una montaña de piezas de dominó animadas de lado a lado y de cuadrilátero a cuadrilátero. Yo pensé que era posible encontrar tiendas así sólo de tornillos y piezas metálicas, en Madrid he visto alguna que otra. Y entiendo a los propietarios: para qué arreglar algo que tiene su orden cuando recuerdas perfectamente donde están las cosas. Si algo ha durado lo suficiente para llegar ahí de segunda mano, de cuarta mano, mejor aguantará el peso de treinta kilos de aparatos encima suyo.

Me encantan, me encantan los sitios así, y el dueño, Javier, es un tío cojonudo, no es un viejo como suele ser en estos casos, es algo mayor que yo con una sonrisa súper dulce y una mirada de locuelo rizando algunos de sus bucles en el pelo canoso. Tiene anteojos, porque no son gafas, son anteojos, y está siempre al teléfono. No tiene mostrador, cuando llamas a la puerta siempre está hablando con tíos que llevan bolsas tipo viajes Ecuador, con las espaldas forradas de pana o pertrechados de chaquetas impermeables de pescar, intentando encontrar una ganga en medio de esa cacharrería o que le arreglen sus aparatos electrónicos carpetovetónicos. Javier sale de entre las montañas de objetos reciclados y se espera que le pidas cualquier cosa o que le preguntes algo: un móvil, un reproductor VHS o Betamax, un monitor de ordenador, una grabadora de cassettes, un tocadiscos, un cargador de batería, máquinas de escribir, cosas Philips, Samsung, Motorola, Nokia, Dell, HP, Brother y además marcas nacionales que no recuerdo.

Es un sitio fantástico en el que me quedaría miles de años.

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