domingo, 31 de janeiro de 2010

Instantes


Nubes imperfectas, un conglomerado de tornillos y hierro en lo que parece un tejado, pero en el fondo es una entreplanta plana con una cubierta nubosa, se yergue erecto y absorbe programas televisivos para la vecindad.

El paisaje urbano se constituye de cajas mal diseñadas y no captura mi atención. Me acuerdo de los tejados y las terrazas de Ámsterdam y el olor a pastel caliente de manzanas amargas con nata fresca.

Sí, querer estar en otro sitio pero enclavada en éste. Desear estar en otro estado pero infiltrada en éste. Buscar imágenes nuevas sin lograr fijar tu memoria en las demudadas que se te ofrecen en el lugar donde estás y mientras te vas amontonando como el polvo superficial de las playas de las aceras en la calle, sin nada que ofrecerte.

Las toxinas de lo anodino te asaltan indecentemente y te provocan a convertir el domingo en un lugar más acogedor. No siempre lo consigues ¿verdad? y no siempre se debe a otras personas, sino a ti, a tu enervada búsqueda aislada y poco avenida, infrapoblada, sin subrayados, tu postura en retroceso con golpes de carro de tu inestable e incorpórea máquina de escribir ambulante. Tanto vales, tanto sufres.

Inspeccionas los conceptos y no crees que te debas a la melancolía, ni a las ideas migratorias como las bandadas de aves ignotas y despobladas que no están surcando el aire ahora y que por tanto no te inspiran a deforestar tus ideas hechizadas.

La infancia no se repite, pero tu indigestión del presente sí. A veces la vida no te otorga esos momentos perfectos de entrega absoluta al instante, sino que te catapulta a una nada enjuta, histriónica y desnutrida, con el oído afinado de la tuberculosis, y que no te merece la pena revisitar.

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