Rocas de pensar

En la playa, frente al mar. Solos tú y tu desnudez. Tú, en estado puro. ¿Qué piensas?
Yo, en el Madrid que asfixia. En mi habitación, frente al ordenador, con los ojos puestos en Estación Central de Brasil.Me devuelve a la infancia, tal como dice en su sinopsis, a la vulnerabilidad de mi infancia. Y me emociono. Y lloro a moco tendido. Me relaja.
Desde pequeño sabes que eres diferente. Tu padre no vendrá a recogerte. No, no te acompañará al torneo que juegas este fin de semana. El mío no es carpintero (como el del protagonista de la película), pero tampoco sé su profesión. Pero tienes la certeza de que no es bueno en nada, tampoco haciendo sillas, ni mesas, ni casas de madera. Es un vividor. El único adjetivo que lo describe desde que tienes uso de razón es malcasao.

Pero te enfrentas a todo. Te armas de valor. De más valor. Y decides, como Josué -el protagonista de Estación Central de Brasil-, empezar la búsqueda. Total, no hay nada que perder.

Y pierdes. Confirmas los pocos datos que tenías. Te desgarras por dentro, porque nada ha merecido la pena. No eres bien acogido. Tienen su vida, él y tus dos hermanos, que en mi vida real, no se llaman Isaías y Moisés.

Ellos se lo pierden. Me vuelvo a envalentonar y me crezco al ver hasta dónde he llegado, sin ninguno de ellos, y reflexiono hasta dónde han llegado en sus vidas, sus logros.
Entonces doy gracias a mi abuela por haber tomado tan dura decisión. Pero con ella a su lado esos años, aún no conozco mis límites. Esa familia de desgraciados me hubieran puesto el freno y el tope demasiado pronto.
Y sigo llorando, pero ya de alegría.