terça-feira, 2 de junho de 2009


Me gustaría leerme la mente a mí misma para acceder a mis argumentaciones binarias, a mis sensaciones primigenias, a mis fincas privadas intelectuales, a mi ser y mis ideas confitadas. Me gustaría bajar una sonda al fondo de mis profundidades salinas, a mi alma cetácea, a mi espíritu prensil, a mis argumentos convincentes, a mi física y química particulares.

Me gustaría pensar en un repetidor de frecuencias para recoger las ondas desde un receptor de señal y serigrafiar mis objetivos en concéntricas dianas. Me gustaría rebasar el (medio) ambiente que me rodea, y establecerme en un espacio biselado, recesionario, vislumbrado sólo al percibir el holograma, mío, propio, febril e irisado.

Una especie de tiempo muerto con perfil indeterminado de periodos hábiles y fecundos. Un saber estar, una imposición de manos energéticas, de cientos de miles de manos que no me alcanzan, que me visionan en sus radio frecuencias en diferido como un programa emitido desde la vía láctea, pero sin tener que repasar explicaciones, ni reacciones, ni simpatías, si me apuras ni siquiera simpatías histriónicas.

Un espacio entre medios pero no entre medias, un espacio de sinfonías y sincronías varias, un espacio en blanco, un espacio suspendido en el aire y suspenso en meditaciones y en resolutivas dudas, un espacio que puede replegarse y expandirse como un abanico de cinco picos, o un abrazo. Con una corriente alterna electrificada y su alambrada inconsciente y cruel con los tránsfugas y los traspasadores, como un égira y fuga de ideas, de fugas sonoras y embistes inalcanzables, como una imprecisión frágil, como un malentendido.

Porque mis negocios ya no se encuentran en las esferas humanas, ya no saltan a la vista, ya no se retuercen entre las convenciones sociales, ya no se aturullan con la marabunta de las necesidades económicas. Finalmente ya soy libre de pensarme y pensarte como quiera, y eso sólo lo hace el impacto de la luz solar, el abandono de las actitudes ambide(x)tras, el repentino auto convencimiento de que vivir con €300 no es un sinvivir sino la consecuencia de necesitar diez horas de sueño, de la irrepetible y repentina pulsión de recoger las prendas que se han dejado tiradas antaño y que se revuelcan por el polvo acendrado durante años, hasta que se recogen y se investigan.

Como un acercamiento a tu parada de metro, la que está cercana a casa, la que te lleva. Como esos cinco segundos que se alargan y te permiten hacer de todo.

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