Y la culpa, en gran parte la he tenido yo. He sugerido que dejaran la puerta abierta para tener más ventilación en la oficina. Y ¡zas!, se ha colado un chino.Con un español de 50 palabras nos ha dicho que era el representante o repartidor de los dos restaurantes chinos que hay en la calle Hortaleza. Que se había quedado sin gasolina y tenía el coche en la puerta. Nos ha pedido 10 euros para ir a Atocha a por combustible.
-¿Y qué documentación tienes que acredite que eres quien dices ser?
-He dejado todo en restaurante. Yo luego traigo. Nos dice con la cara estirada que le hace casi invisibles los ojos y la boca con congelada sonrisa.
-"Mira, nos estamos tomando el pelo. Pero actuamos de buena fe y te vamos a prestar el dinero. Pero tienes cara de pillo y te estás quedando con nosotros". Justifica así nuestra gran labor social del día. Ay, esto de las oenegés.
-"A ver, ¿cómo te llamas?", le pregunto.
-"Pablo".
-"Sí hombre, Pablo, un chino que se llama Pablo y no habla español", le cuestiono.
-"Éste no es ni chino, éste parece de Nepal", corrige un compañero.
No sabremos ya su origen, pero nos ha engañado a todos como a chinos.










