El placer de comer

Esto no mejora. Mis amígdalas no están, pero el dolor que siente mi garganta por su pérdida es muy fuerte. Hasta ayer sólo notaba su ausencia al tragar, pero de repente no sé si he sufrido una recaída o es su proceso curativo habitual, pero me fusila en cuanto me retraso en tomar la medicación.

Este suplicio no amaina, pero está teniendo un gran matiz positivo. Me está despejando el placer de comer. Me vuelvo perraco al ver en televisión esas bocas que saborean, chupan, exprimen, mastican, trituran, ensalivan y tragan. Me olvidaré de comer para saciar el hambre y lo haré para disfrutar, con calma.

Y comer sano. Pero no entendido como chupar lechuga y decorarla con un tomate insípido, no, sin autoengaños porque no lo necesito, no engordo, no tengo que sujetarme el pienso gracias a mi supersónico metabolismo. "Eres la envidia de amigas y enemigas, apróvechalo", me recuerda Dora.

Pero mientras, me muero por un bocadillo de chorizo, dándole movimiento a mi mandíbula, acompasarla con los movimientos musculares de mi lengua, que le den vidilla a mis glándulas salivales y que estimulen mis papilas gustativas. Joder, o una chistorra frita... ¡Ay, omá qué rica!