Ciao, amígdalas

"Eso en un momento te las quitan y para casa", comentaba alguno. "Te las arrancan y a comer helado, que fue lo que me hiceron a mí con 6 años", compartía otra. Pues no, señores, parece que cuando se es adulto eso no es tan sencillo.

Han pasado sólo unas 40 horas desde que ayer le dijera al cirujano "me estoy quedando sin cobertu..." pero no le veo fin a esta sensación. Es angustiosa porque la garganta está prácticamente bloqueada. ¡Coño, si debería haber más espacio ahora que ya no hay amígdalas! Quizá sea por el volumen de la saliva, que estos dos días la fabrico más pastosa.

Las primeras horas ni siquiera un sorbito de agua encontraba camino alrededor de la campanilla. Sentía cuchillas afiladas. Desgarro. Sangre. ¡Qué aprensión! Sólo quería tumbarme. ¡Ni siquiera podía hablar!

Y aquí estoy, con la garganta castrada, emitiendo susurros y sufriendo lo que será mi 'última amigdalitis'. Y dando las gracias a estos amigos que habéis sacado un hueco de vuestro tiempo para compartirlo conmigo en el hospital. Gracias a Reichel, por el suministro de bombones Valor; a Rous, por cogerme allí el bajo de esos preciosos pantalones. A mi madre, por haber pasado una noche infernal en un incómodo sillón. A Bebe, por ser la esposa oficial peliculera que me agarra de la mano antes de ir a quirófano "cariño, todo irá bien". Y a Toni, que además ha conocido a su suegra.