No llega el final del pico de curro. Confié en que esta semana los medios de comunicación ya no se nos rifarían y una vez pasado el boom del día 14 disminuirían los choques entre mis neuronas. Paciencia, me digo y a disfrutar. Que dentro de unos años podré contarle, con orgullo, a Unai y a Darío mi labor en esta campaña de difusión informativa tan suculenta.
Las 18.00h marcan el fin de mi jornada laboral. Pero hoy que descubierto que, al menos hoy, también suponía el fin de la del diputado Albert Rivera. El Congreso está a menos de 50 metros de mi oficina. Él bajaba la cuesta, yo la subía, por lo que su metro ochenta y pico se estiraba unos centímetros. Mi mirada clavada en él, con esa confianza que te da el reconocer una cara, aunque sólo la hayas visto por televisión. En este día, por fin primaveral, qué aura de frescura emitía. Corte de pelo perfecto. Afeitado apurado. El traje impecable. Qué percha. Pero mis activas neuronas le han fulminado el atuendo. Y lo he visto desnudo. Realmente apolíneo.
Mientras Marci, al teléfono, intentaba subir a Irene y a su cochecito en un autobús. Por la puerta de detrás no, que había un señor en silla de ruedas. Por la de delante, sí. En cuanto ha plegado el carrito.
Qué pena que este tiarrón tenga nombre catalán, ¿no?