Esta semana tiene un sabor extraño. Por un lado me ha tocado trabajar en la empresa donde estuve este verano, el grupo editorial. Es, como siempre, tremendamente anodina y no me apetece movilizarme. La gente aquí está llena de manías y preferiría no estar hoy. En el otro proyecto no me importaba sacrificarme por la gente, y a cambio tenía flexibilidad, además había un trato cordial y cariñoso. Sin embargo aquí se encuentra lo peorcito de este tipo abajo; me siento muy tensa y no quiero moverme de mi silla. Básicamente me quieren para responder al teléfono y punto chitón.
Tengo el festival, lo que va a cambiar de términos la semana, aunque ahora no me puedo imaginar el cambio de ánimo (a mejor) que voy a experimentar estos días. Es increíble la transformación Jeckyl/Hyde que tengo durante el día, como si mi vida no tuviera nada que ver con la que ostento las ocho horas diarias que entrego a ganar dinero. Estoy a la espera de poder permitirme un trabajo de mañana para poder trabajar en mis proyectos de forma productiva y coherente. En Londres no me podía imaginar esta situación, es muy extraño. Soy un pez obligado a salir fuera del agua donde mis bronquios se extralimitan y el entorno no congenia con mi metabolismo.
También ha influido en esto mi incipiente rechazo al clima y cómo me afectan las enfermedades: me vuelven tímida y algo desapegada, me cuesta relacionarme y necesito tiempo para mí. Lo que pasa es que es ahora cuando tengo que desplegar mis dotes sociales y obligarme a hacer un esfuerzo. Aunque no quiero forzarme en demasía porque quiero que la gente me vea como lo que soy: un ser que necesita expresarse pero que se agota al diseminarse por el mundo. Siento que la sociedad me hostiga y me exige ser y no estar.
De todas formas he decidido que cuando te sientes plof lo mejor es concentrarte en ayudar a la gente que te quiere, porque se sentirán y te sentirás mejor. Ayer hablé con Davicito que estaba en Málaga sintiéndose peor que yo; apoltronado como un pollito a las 12 de la noche en el sofá de la casa de su padre sin brasero y ahuyentando una ola de frío gélido. Nos dijimos buenas nochecitas mutuamente desde la cama, postrados. Y también intenté compartir con L., mi madre y mi hermana.
El otro día vi a Poquitos y estaba más rico que nunca. Se le veía ilusionado por verme y un poco híper activo , aunque él también sufría un súper catarro de mocos verdes y fluidos. Desde hace tres días tengo su carita en mi mente, con la ilusión que reflejaba. Además me levanté con él porque terminé durmiendo en casa de mi hermana al perder el autobús de la sierra a Madrid, y se sorprendió mucho de ver mi cara al desperezarse. Qué rico es nuestro bebé, con su pijamita de western y sus ganas de recibir la luz del día como el rocío de la mañana.
Hace ya hace unos días que e sacado mi plumífero. Me encanta, estoy calentita, aunque creo que debería comprar uno incluso más caliente, a pesar de que éste sea para arrinconar el frío de hasta -10C. Soy una friolera y estoy destempladísima. Por la noche me protejo del frío con dos capas de edredones y no permito que ninguna fisura deja penetrar el airecillo traicionero.
Me he dado cuenta de que yo soy de doble forro. Me arropo a mí mista con delicadeza e intento no sufrir demasiado, no padecer. Tengo verdadera alergia a los alicates del sufrimiento arrancándome la carne. Creo que con un hermanillo con VIH avanzado (eufemismo para un SIDA de caballo) y un padre con Alzheimer, ambos al cuidado de mi madre ya tengo suficiente. A veces me siento culpable porque hay tanta gente hecha polvo en el mundo. Me siento miserable porque mi madre está solita y no le podemos ayudar mucho. Creo que es el destino de esta familia. Yo tengo que disipar ese dolor, ahuyentarlo como sea porque si no llegará a la gente alrededor mío y el efecto mariposa que me ha tocado crear debe exorcizar ese sufrir como sea. Poquitos ha nacido para traernos felicidad y esperanza. Bendito sea nuestro bebé.
Nenhum comentário:
Postar um comentário