sexta-feira, 7 de novembro de 2008

El plato, el plato, el plato de Duralex

El fuego funcional y periférico de la cobertura fuera de línea. Tus caídas son tus principios del fin y del reinicio tras el fin, sin gobierno despojándome de la cordura. Tus caídas son dolorosas, exhuman tus huesos trashumantes y prefieren los cipreses a los campos verdes y blancos de margaritas cándidas pero infelices. La caída libre sin embargo es heraldo de la conjunción con la energía del astro rey, con el decaimiento de los idus de la luna, de la miseria escalonada por los edificios corporativos de diseño que asemejan ferrocarriles como casas con ojos. Pero la caída libre también te libera, te desatornilla, te propaga, te asesina jubilosamente y acelera tu choque con la tierra cual meteorito. Esa celeridad, esa velocidad no responde a tus anhelos, te obliga a renunciar a la falta de gravedad y te tritura en la tierra, como si te estrellaras contra el agua en el telón de acero de la superficie de una piscina.

El dolor es múltiple, la contusión es brutal, la destrucción un almacén de derrames cerebrales, tus músculos se apilan cual destrozados nervios que ahora parecen un manojo de cables de teléfono arrancados de cuajo. Eres un experimento de espiritismo inconcluso cuando tu alma se desespera y se separa de ti como si se hubiera dado cuenta de que tu cuerpo es el espectro y no ella.

La muerte, la muerte, la muerte te acompaña .... redoblan las canciones infantiles con este leit motif. La muerta, la muerta desprecia la vida y decide saludar, con la mano en un dedal ...


Pero qué tontería más grande, qué despropósito más reducible a un golpe de viento que no es certoro, tan sólo desorientado. Las Nanas de la Cebolla no son una oda a la muerte sino al resplandor y la exaltación de la vida. Porque no hay nada que te propicie más a abandonar las semillas de dudas que se desprenden de los poros de tu piel como hormigas que la desazón, la calma adulterada, el negar el asentimiento, el caminar sin tiento ni ruta para después desplomarte en mitad de tu viaje y disfrutar del polvo que te devora el interior de la boca con su escozor de amoniaco.


Nadie te quiere, nadie te desea, nadie te extraña ni te acompaña, nadie se interesa por ti, nadie se percata de tu ausencia, de tu silencio, de tu retaguardia, de tus deseos y anhelos, de la negrura que se ceba en la superficie de tu piel como tinta china, de tus ojeras azuladas, de la incipientes entradas en tu cuero cabelludo, del doblez de tu cuello y las sensaciones inertes en las extremidades de tu cuello, de tu belleza infinita, sideral, emancipada de lo terrenal, de tu mística claridad mental, de tu impresionante ser y estar, de ti, de ti, de ti, de ti.

Nadie me quiere, nadie me desea, nadie me extraña, nadie se acuerda de mí, nadie sabe quién soy y a dónde voy, nadie, nadie, nadie.

Alguien

Nadie

ALGUIEN

NADIE

ALGUIEN

ALGUIEN

ALGUIEN

Qué extraña palabra metafórica que suena a alien. Alienarse, responder con monosílabos, ALGUIEN, repicar un teclado maldito con tus dedos afilados, ALGUIEN, clamor en el viento de tu voz, ALGUIEN!, exclamaciones perdidas en el estruendo de las virutas y escamas de tu piel herida, quemada, acuchillada, perseverante en su autodestrucción, destrucción, destrucción, destrucción







ELLA

ELLA

ES

ELLA

ES

ES

ELLA

ES

ES

PARA MÍ


ELLA

ES

PARA



PARA MÍ??

QUÉ ES PARA

MÍ?

ENTER

ENTER, ENTER

ENTER, ENTER

TAP TAP

TAP TAP

TAPTAP


Estoy cansada, estoy aletargada, mi pelo, mi fibra está aromatizada por ella, de ella. Sinsabores malditos pero ella. Periferias asesinas y groseras, pero ella. Flipantes descoloques, pero ella.

ELLA ME RECOGE DÓNDE EL ÁNGEL CAÍDO QUE SOY YO ELLA ME RECOGE

ELLA ME ACOGE

ELLA ME COGE

ELLA ME CONOCE

ENTER ENTER

ELLA ME RETIRA

ELLA ME SUSPIRA

Ella me suspira al oído palabras remotas de amores insalvables para que los rescatemos, para que la derrota de mis cuarenta y un años no se refleje en el rojez de mis ojos. Para cuando sonría me ceben el alma brotes de flores benditas. Para que mis lágrimas fluyan con felicidad, para reconocer el sabor de su sexo en mi boca mezclado con la rugosidad de la almohada. Para que estos breves momentos sean breves y no se repitan nunca aunque se repitan, para no añorarlos ni anhelarnos por si no vienen nunca, a recogerme, nunca, donde caí, nunca, donde el meteoro, ¿sabes?, donde donde, ¿quieres?, donde chilla el aire un zumbido desgarrador, ¿vienes?, donde mi cabeza se estrella contra un cuchillo de sílex y una

hendidura que ella besa y repara, repara el desgarro en mi corazón atenazado por grapas, porque una vez estalló y no reparó en abandonarme con una violenta sacudida que arrancó mi tórax. Y cuando lo rescaté, el corazón salvaje, entre las ruinas mi sangre palpitaba y lo puede recuperar para saldar mis cuentas con esa muerte ruin que quería acabar conmigo, pero no la dejé. No quise saber nada, y tambaleándome con la migraña retumbante de la conmoción cerebral cuando mi padre me tiró con un golpe certero una contundente bandeja de cristal pardo de Duralex y pudo matarme, y lo hizo cuando no miraba, cuando el filete empanado voló por los aires y protegió los senos de mi cráneo, y me sentí morir y dejé de respirar un segundo interminable, intercalado, ralentizado, sincopado, pero reviví y chillé un gemido atávico que parecía una sirena de un coche de bomberos, como si los dolores de la menstruación acudieran en ráfagas a mi cráneo.

A veces todavía siento la sordera, los nervios inanes, la falta de sensaciones, el frío mortal en ese lado de la cabeza, donde arranca mi cuero cabelludo, mi fuego cabelludo. Pero no es real, es imaginario.

Ella lo detecta como un metal inútil, sobrante, enteramente prescindible, como la anilla indiscutible de una lata de cerveza, me lo extripa como un elemento extraño, un cuarzo, como el trozo de plato Duralex que se aloja en mi cráneo desde entonces, con su dolor pardo y su inconstante transparencia, con su forma de cuadradito de haberse roto en mil pedazos mientras me quedaban colgando trozos de vídrio, como la yedra, sobre mi cara arañada, sobre mis lágrimas descuajadas.

Recuerdo a mi madre y a mi hermano caminando delante de mí de vuelta del hospital, riéndose de algún chiste inoportuno de mi hermano, como siempre. Mi hermana ausente, tal vez por la violencia que se había producido, por el susto que se dio, por no haber estado en la misma habitación en la que me había recluido para evitar la ira de mi padre, pero escuchando desde antes sus pisadas, el temblor del parqué ante su imperiosa necesidad de aniquilarme, de vengarse, de aplastar mi peligrosa y adolescente arrogancia mezclada con impotencia que propició el incidente que le hizo lanzarme una mirada de loco que aún ostenta y reparte horrorosos gritos atávicos convertidos en nervios aún hoy, casi veintisiete años más tarde, por todo mi cuerpo.

Porque se acordaba de sí mísmo se volvió fuera de sí, porque le recordaba a su maldita impotencia, a su juventud clandestina y clausurada, a su desconocimiento de sí mismo hasta cuando era demasiado tarde. Porque me odiaba tanto como se odiaba a sí mismo. Porque hubiera querido no querer tener hijos ni hijas ni mujer, pero éramos su única familia después de haberse olvidado de la suya propia. Lo sé. Pero siento el dolor igual, esa falta de sensaciones en la piel de ese lado de mi cabeza, de mi cráneo, donde hay un callo óseo que a veces me duelo cuando lo toco y lo trituro, porque nunca lo voy a hacer deshacerse ni desaparecer ni replegarse ni nada, ni voy a volver en el tiempo y dejar de caminar sola como la última de la fila donde mi familia ignoraba mi dolor y la humillación sangrante que sentía. Donde todo ha continuado como siempre desde siempre y desde entonces, donde nunca han reconocido mi dolor a pesar de llevar ya tres o cuatro huesos rotos en mi cuerpo, todos ellos en estados de sanación varios pero aturdidos pero revueltos. Donde mi hermana comparte todavía ese estupor inane y relajante que todavía le apresa el pecho si se concentra e intenta recordarlo, aunque lo ha olvidado, como tantos recuerdos hoscos de nuestra niñez.

Pero Gloria ¿no te acuerdas? Pues no. ¿No te acuerdas de los recortables que nos traía mami? Pues no. ¿Ni de las fiestas de cumpleaños jugando al orón con las baratillas. Pues no. ¿No te acuerdas de mí? Pues no. Tú sólo eras mi hermana.

Pero ahora y desde siempre me quiere más que nunca. Y escribo desde mi trabajo mileurista donde doy rienda suelta a mis pensamientos, pero no puedo llorar explicitamente porque escandalizaría o provocaría estupor y volvería a ser la última de la fila, una vez más.

Ella se levanta y me abandona y no la veo nunca más, porque soy una trastornada mental que ha recuperado la cordura, y ahora no hago nada que tenga sentido, y el futuro no es para mí sino para ella. Yo consigo levantarme por mi propio pie, abandono el cráter y no regreso a él jamás.

Nenhum comentário:

Postar um comentário